• Ariel Rotter, director de “La luz incidente”

  • Ariel Rotter, director de “La luz incidente”

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Ariel Rotter, director de “La luz incidente”

Una historia sumamente personal narra Ariel Rotter en “La luz incidente”, su tercer largometraje tras “Solo por hoy” y “El otro”, que actualmente se exhibe en salas argentinas. A partir de unas viejas fotografías, el realizador imagina una ficción en torno a un secreto familiar, una tragedia vedada que reconoce haber deseado filmar por años. Erica Rivas, en un rol contenido que se ubica en las antípodas de aquella explosiva novia de “Relatos salvajes”, da vida a una joven viuda, madre de gemelas, que debe afrontar la muerte de su marido; en pleno duelo, un hombre irrumpe en su vida como un torbellino, forzándola a rearmar su vida.

¿Cuál es el origen de “La luz incidente”?

La película está construida sobre la base de eventos familiares míos. Es una indagación, un juego de imaginar cómo pudo haber sido ese momento de la familia, tras una tragedia, que de algún modo fue eyectado del timeline de la memoria familiar. Para mí era un eslabón importante porque es la familia a la que yo llego. La imagen que empezó a generar esta película son fotos que yo veía a escondidas, que era la única prueba de que dos dos personas habían estado juntas alguna vez. Para mí como “hijo de” es muy fuerte. Es una película que se está cocinando desde que tengo memoria.

La historia se desarrolla en los años 60 y está rodada en blanco y negro. ¿Tenías un interés especial por reflejar esa época y esa estética?

Cuando decidí hacer una película de época me planteé a qué respondía. Esta historia sucedió en esa época, no exactamente en ese año. Está construida a partir de una serie de eventos familiares que sucedieron en esa época. Igualmente me llevó a plantear por qué hacerlo de época, porque yo podría haberlo llevado a la actualidad. Pero hoy en día, ella se hubiese comportado de otro modo. La idea de lo que era saludable para las hijas, esa figura paterna que garantiza una buena crianza, está muy ligado a esa época.

El núcleo familiar está integrado únicamente por mujeres: ella, la madre, las hijas. ¿Cómo fue esa exploración de lo femenino y el rol de la mujer en una época puntual?

Al principio me asustó mucho. Venía de hacer una película donde indagaba en el mundo de un hombre. Y si bien no es una garantía de nada, había una cierta resonancia del hecho masculino. Tenía que ver con los temores que yo suponía que un hombre podía tener, a partir de mis miedos, conjeturas, etc. En ese sentido lo sentía como un desafío especial. Pero después me di cuenta que era lo mismo porque no tuve que hacer ningún esfuerzo ni ejercicio de salir más allá de mi propio sentido común, o de la indagación de una persona más allá de su género. Pero sí las circunstancias sociales vinculadas a la mujer en esa época. Siempre tuve la sensación de que era una historia de mujeres. En mi familia había más hombres pero los eliminé. Tener más personajes y no profundizar en ellos es algo que no puedo tolerar. Además, al no haber hombres en la familia, tenía otro valor la aparición de este hombre.

El cine de autor perdió la posibilidad de tener un estreno en salas medianamente normal. Solo los estados puede regular eso pero hay una industria tremenda que defiende su boca de expendio a capa y espada.

La película está grabada en interiores, lo cual también enfatiza el clima asfixiante. ¿Construiste el guión a partir del escenario?

Eso se dio naturalmente. Yo tenía una relación muy compleja con todo lo que estaba contando. Había falta de distancia y cuando uno escribe se imagina las cosas en un lugar. Esta película siempre sucedió en la casa de mi abuela. Las escenas me las imaginaba ahí. Lo que salía naturalmente era un espacio que era el puente entre una etapa familiar que conocí y la que no conocí. Escribí 170 escenas haciendo ejercicios de improvisación en la escritura. Como todo el universo era tan próximo a mí, hacía escenas fruto del azar, de la combinación de frases, por ejemplo. Me proponía escribir a partir de hechos azarosos. Y de esas 170 escenas me quedé con 30 o 40. Había una sensación de sitcom, si se quiere, donde todo pasaba en un lugar.

Siendo también productor de la película, ¿cómo afrontas la etapa del estreno comercial?

Soy productor como somos todos porque tenemos que remar durante años para hacer la película. Nuestra actividad se transformó en una actividad artesanal total, desapareció el último eslabón, que es que la gente vaya al cine. Al desaparecer eso, necesariamente va a haber que replantear el modo en que se hacen. Las cosas cambiaron, se consume diferente el cine y las salas quedaron casi exclusivamente para el entertainment. El cine de autor perdió la posibilidad de tener un estreno en salas medianamente normal. Solo los estados puede regular eso pero hay una industria tremenda que defiende su boca de expendio a capa y espada. Es un tema de puro mercado y nosotros, que nos dedicamos al cine como una expresión artística, estamos asistiendo al fin de un paradigma de cómo se ve el cine. Hay que reinventarse para generar un circuito alternativo de calidad para que sigamos teniendo pantallas.