Films in Progress: Arauco Hernández, director de “Los enemigos del dolor”

Debutas como realizador de largometrajes tras una destacada filmografía como director de fotografía, ¿qué te llevó a asumir este nuevo rol?
Al comenzar mis estudios pensaba que hacer cine era “dirigir”. Era otro aspirante más a director de cine. Filmar algo era cercano a lo imposible. Escribir, en cambio, era gratis. Así que escribí y escribí para mantener el sueño vivo. Escribir se me volvió indispensable y seguí haciéndolo aún cuando mi carrera se encaminara hacia la fotografía. Hice algún corto y me enrolé en la universidad de Columbia para estudiar guión. Ya fotografiaba, pero estaba dispuesto a dejar en pausa mi labor como fotógrafo si conseguía un lugar donde no me pidieran otra cosa que seguir escribiendo. Descarté la cátedra de dirección. No me interesaba la dirección como oficio. Yo quería darle buena forma a las historias que tenía en la cabeza. Aunque la fotografía me hacía plenamente feliz –a veces también me hace completamente miserable-, nunca dejé de escribir. Si quería materializar lo escrito, iba a tener que dirigir. Para mi sorpresa, en el rodaje me olvidé por completo del guión y me aboqué a darle sentido a todo lo que sucedía delante mío, variando diálogos y escenas sin miramiento alguno.

¿Cuándo consideraste que estabas listo para realizar esta opera prima?
Nunca. Y no sé si a alguien se siente listo o espera a estar listo para dirigir. No creo que nadie tenga la distancia ni la cabeza fría como para saber exactamente en qué lugar del proceso se está. Esta es otra de las razones por las que la figura del productor y los colegas son tan importantes. Muchas veces son tu espejo y te dicen mejor que nadie dónde estás parado realmente.

¿De qué habla y que te interesa explorar con esta historia en particular?
La película sigue los tropiezos de un extranjero tratando de dar con la mujer que lo abandonó en su país. Un tipo enfrentando una pérdida de la peor manera posible: negándolo todo activamente. La película se entretiene con la suma de decisiones absurdas que toma su protagonista bajo la mirada obnubilada del despecho. En su búsqueda recluta a un par de tipos que pasan por lo mismo. Se reconocen víctimas de la misma pena y juntos constituyen una pandilla de románticos en una búsqueda desesperada por subsanar su dolor. Una aventura comandada plenamente por sus personajes, que son, en definitiva, lo que me interesa del cine: sus personajes; explorar las mil y una caras de la naturaleza humana.

La película se describe como una comedia noir; explícame ese concepto.
Con Micaela Solé, la productora, no dábamos con un rótulo que le sentara plenamente a la película. La película no es sólo una comedia, es una aventura nocturna de detectives sin detectives, de héroes involuntarios resolviendo un crimen en el seno de su ser. Después de debatirlo un rato, comedia noir nos pareció lo más apropiado.

¿Cómo ha sido el trabajo con el director de fotografía Thomas Mauch?
Difícil. Esta era mi primera experiencia dirigiendo un largo, me parecía que dirigir era trabajo suficiente como para, además, atender la cámara. Necesitábamos un fotógrafo. Uno que tuviera una aproximación totalmente diferente a la mía. Alguien que cuestionara mis gustos de raíz, que pudiera ser impredecible para mi. Con Thomas discutimos mucho, hubo gritos y hubo amor. A veces se hizo cuesta arriba porque ninguno estaba dispuesto a dar el brazo a torcer, todo era apasionado. Pero también hubo momentos de verdadero deleite. Momentos en los que sentí redescubría el cine. Thomas me ha enseñado cosas sobre la ética de la fotografía que me han trasformado y por las que le estaré eternamente agradecido; sobre lo que significa verdaderamente ser un fotógrafo de cine. Porque Thomas suda cine. Pero no fue sólo Thomas, también estuvo el resto de la gente con la que trabajé. Ese equipo maravilloso de veteranos y novatos. Gente con la que seguiría trabajando el resto de mi vida. Y en el seno de todo esto están los actores. Su entrega me ha dejado pasmado. Espero que la película les haga verdadera justicia.

En el film se ha buscado recrear una Montevideo sin tiempo, ¿qué te interesaba de esa atemporalidad?
El debate sobre la qué época que transcurría la historia nos llevó días enteros. Yo me dije y desdije miles de veces y acabó por ser lo más discutido de la producción.
Para algunos en el equipo era difícil creer que esta historia se pudiera dar en la actualidad donde la tecnología nos hace tan localizables. Para otros, la película constituía un universo en sí mismo y podía elegir qué tomar de lo real y que no.
Para mí, necesitábamos ambas cosas. No buscábamos algo atemporal, decidimos localizar la película en algún momento entre finales de los años ochenta y principios de los años noventa, sin que ello condicionara de manera alguna la libertad narrativa y la movilidad de la producción. Debía ser algo sutil. Que el espectador fuera transportado, movido de época sin notarlo.