Julio Hernández Cordón, director de “Las marimbas del infierno”
“Las marimbas del infierno”, segundo largometraje del guatemalteco Julio Hernández Cordón tras “Gasolina”, es por estos días una de las películas latinoamericanas más aclamadas en festivales internacionales. En poco más de un mes, venció en el Festival de Miami, obtuvo el Gran Premio Flechazo de Toulouse y se hizo con una Mención especial en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici). Es también, el primer film que ha adquirido la flamante Red de Distribución Latinoamericana, lo cual le asegura su lanzamiento en la Argentina, Chile y México.
“Las marimbas del infierno” nació como un juego ante la urgencia de su director de realizar una película menos densa que sus proyectos habituales. Con un equipo reducido y 20.000 dólares cedidos por un amigo, Hernández Cordón, de 36 años, dio forma a un film que coquetea con la delgada línea que separa la ficción del documental, tomando dos personajes reales con sus circunstancias: Don Alfonso, un marimbero que es extorsionado por la mara, y Blacko, roquero que ha mutado de satánico a evangélico; ambos se unen con un objetivo en común: lograr fusionar el sonido tradicional de la marimba con la potencia del heavy metal.
¿Cómo está asumiendo la repercusión que está obteniendo “Las marimbas del infierno”?
Estoy muy sorprendido y preocupado porque tengo miedo de quedar encasillado, que se piense que lo que voy a seguir haciendo es parecido a “Las marimbas…”. Creo que “Gasolina” es muy diferente a “Las marimbas…” y la película que rodé en diciembre es muy distinta. Pero estoy muy contento a la vez porque es un proyecto que surgió de la nada. Fue un juego, una broma “Las marimbas…”, y ver que la están agarrando con mucho cariño me sorprende. Y también me asusta porque - no sé si es por timidez- estoy acostumbrado a tener un perfil muy bajo.
¿Se puso a analizar por qué la película está funcionando tan bien?
Tal vez es por la forma en que lo asumí: como un juego. Fue una película que se desarrolló con un mes de anticipación al rodaje, o sea, tuvimos un mes de preproducción, lo hicimos sin guión, usamos una camarita muy pequeña, éramos seis personas en el equipo, todos amigos míos…Íbamos en una camioneta que manejaba yo, donde iba el equipo y los actores, veía una locación que me gustaba, bajaba, hablaba con el dueño, le pagaba 30 dólares por dos horas y filmaba ahí. Y la forma de filmar era buscar el encuadre con la cámara, poner al actor y pensar qué tenía que pasar.
Es decir que desde su propia concepción la película fue totalmente improvisada…
Sí, incluso la edición. No teníamos guión entonces la historia podría haber empezado de muchos lados. Creo que hicimos diez cortes, y tuvo ocho principios diferentes. Fue una especie de juego y con unas expectativas muy cortas. Era más bien como un ejercicio de improvisación que funcionó. Eso no quiere decir que me vaya a funcionar otra vez. Lo que me han dicho en todos lados es que sienten que es una película muy fresca, con mucho humor. El resto de las películas que estoy desarrollando son mucho más densas. Yo intento hacer un cine con el que me sienta cómodo, no pienso si va a funcionar o si va a vender, sino más bien hago algo que me gusta. Eso se basa en que en Guatemala no hay nada, entonces no hay nada que perder.
¿Cómo se inicia este juego que es la película? ¿De qué forma llega a estos dos personajes y a la idea de fusión que plantea la historia?
En 2009 estuve en París en la residencia de la Cinefondation escribiendo el proyecto que rodé en diciembre. En un momento me dije que necesitaba parar, relajarme, sonreír un poco. Y yo tenía este proyecto de querer mezclar las marimbas con el heavy metal. Si bien la idea la desarrollé hace poco, la tenía en la cabeza desde que estaba estudiando cine. Quería hacer una película sobre Blacko, y sobre la mezcla de la marimba con el heavy metal, no lo tenía muy claro pero quería hacer algo sobre eso. Un asesor de documental me dijo que fuera serio y que hiciera algo más formal. Entonces dejé el proyecto engavetado. A Don Alfonso lo conocí por la primera película que hice; al poco tiempo me enteré que estaba siendo extorsionado y me lastimó que un señor sumamente sencillo sea extorsionado sólo por poner en la puerta de su casa un cartel que decía: ‘Se amenizan bodas y 15 años’ con su número de celular, y esa misma noche lo llamaran para pedirle dinero si no violaban a sus hijas. Eso se me hizo muy fuerte, y a la vez se me prendió el foco de que ahí tenía el pretexto ideal de alguien que fusione la marimba con algo más por cuestiones laborales. Y a Blacko lo conocía de vista porque iba a los conciertos de metal. Siempre me llamó la atención su radicalidad porque él es médico pero no ejerce porque no quiere vestir de blanco ni cortarse el pelo. Eso me parece fuerte e inspirador porque es alguien que no renuncia a lo que quiere. Y en Guatemala todo el mundo renuncia a lo que quiere porque hay muchas dificultades. A la vez me sedujo que es una persona muy flexible con la religión, que se cambia de religión cuando las cosas no le funcionan. Eso se me hizo interesante.
Si bien comenta que esta película es muy diferente a “Gasolina”, ¿qué puntos en común encuentra?
Son películas hermanas en cuanto al proceso de dirección, el tipo de personajes, los diálogos y una puesta de cámara “parecida”: planos largos, abiertos y sin movimiento. Quisiera pensar que en “Las marimbas…” pulí más el estilo.
Antes comentó que en Guatemala la gente renuncia a lo que quiere. ¿Cómo hizo usted para no abandonar su deseo de ser director?
No sé. Por necio supongo. Ha sido muy complicado. Quise estudiar cine a los 17 años y mis padres no me dejaron. Estudié comunicación, y a los 25 años me aceptaron en la escuela de cine en México. Yo fui padre a los 22 años, así que fui a estudiar teniendo una esposa y una niña. Fue complicado estar en México siendo estudiante y padre de familia. Al poco tiempo nos separamos. Entonces lo normal hubiera sido que me quedara en México porque hay una mayor plataforma. Pero todas las historias que tenía en la cabeza estaban en Guatemala. Además, sentía que todo lo que estaba aprendiendo en la escuela me servía si estaba en un país que tenía industria, pero como quería regresar a Guatemala todos esos modelos de producción no servían. Porque lo más probable es que en mi país filme con actores no profesionales, con mis amigos y con poco dinero. No iba a tener planta de luces, ni dollys, ni grúas, ni nada de eso. Regresé y no sé si el contexto de Guatemala me orilló a hacer el cine que hago. Todavía no tengo claro qué tanto salió de mi cabeza o es que el hecho de hacer una película en tiempo razonable me fue definiendo el estilo que tengo. Y sí es complicado porque no hay ningún fondo. Intenté hacer publicidad pero los presupuestos son bajos, y cuando hay presupuestos grandes prefieren ir a Argentina o Chile. En un momento le dije a mi esposa que me iba a dedicar al cine. Era una apuesta, a lo mejor la iba a perder pero no quería quedarme con la duda.
Cuénteme sobre este nuevo largometraje que rodó en diciembre…
Se llama “Polvo”. Lo escribí en la Cinefondation. Cuando volví a Guatemala en 2005, uno de mis primeros trabajos fue hacer un documental sobre las mujeres indígenas que estaban buscando a sus esposos desaparecidos, en un poblado remoto. A través de ese trabajo conocí un poquito la realidad de mi país. Descubrí que había chicos de mi misma edad que vivieron la guerra de otra manera, que son huérfanos desde los dos años, que sus madres llevan 20 años buscando aunque sea un hueso del papá. Todo eso me afectó. Y “Polvo” es una película basada en eso. Es sobre un chico indígena que acompaña a su mamá a buscar a su papá; el chico está harto de buscar a su papá pero a la vez sabe quién delató a su papá porque vive en el mismo pueblo. Es una película sobre la venganza y la familia.
¿Considera que con sus películas de algún modo está descubriendo Guatemala para el público internacional?
Es extraño porque cuando empecé a hacer películas y me tocó viajar, dudaba mucho en ir a los viajes porque pensaba: ‘¿quién va a querer ver una película de Guatemala?’. Y resultó que sí había gente haciendo cola para ver una película guatemalteca. Eso me sorprendió mucho. Yo no soy politólogo ni historiador, pero cada vez que termina de proyectarse la película me preguntan sobre la película pero también sobre Guatemala. Y obviamente doy mi opinión, que tal vez no es compartida por otra gente en Guatemala, pero intento ser lo más sincero posible. Sí soy consciente que Guatemala es un estado fallido. Las cosas no están bien. Y creo que mi cine lo refleja, de una manera muy austera y también –según yo- muy sincera. Hay gente que me debate. Pero yo les digo que tal vez no vivimos la misma realidad. Para mí Guatemala no es Disneylandia, no está todo súper bien como para hacer películas positivas donde nadie tiene problemas. Pero tampoco me siento en la capacidad de ser el embajador cinematográfico o cultural de Guatemala. Hay creadores guatemaltecos mucho más importantes. Tenemos el premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, que a través de sus libros se puede entender muchas cosas del país. Yo más bien siento que estoy compartiendo algo, no digo que las cosas son así, sino que comparto una mirada.