Las programadoras: Ivonne Cotorruelo, Festival de Cine de Miami
El 12 de marzo pasado culminó la 40° edición del Festival de Cine de Miami (MFF), que contó con más de 140 títulos y la presencia de figuras relevantes del audiovisual latino en Estados Unidos, como Diego Luna y John Leguizamo.
El único largometraje latinoamericano premiado en esta edición fue el cubano “El caso Padilla” de Pavel Giroud, que recibió el Premio del público en la categoría documental. Además, varios títulos relacionados con la comunidad latina en Miami y el resto del país recibieron reconocimientos. Los 45 mil dólares que otorga el Knight Made in Miami Feature Film Award se repartieron entre “Febrero” de Hansel Porras García -largometraje sobre una cubana exiliada que recibe la visita de su mejor amiga de la infancia- y “Plantadas” de Lilo Vilaplana y Camilio Vilaplana -filme protagonizado por tres presas políticas cubanas durante el castrismo que también recibió un reconocimiento del público-. El cortometraje “Carmen” de Cristine Brache -inspirado en la experiencia de la directora con la inestabilidad mental de su madre- recibió el Knight Made in Miami Short Film Award (10 mil dólares), mientras que “Ñaños” de Emilio Subía -sobre la vida de dos hermanos ecuatorianos en un barrio latino de Queens- se llevó el premio al Mejor cortometraje del festival.
LatAm cinema conversó con la programadora de los títulos iberoamericanos del MFF, Ivonne Cotorruelo, sobre la relevancia del festival para el público de Miami y su relación con el cine latinoamericano.
El Festival de Cine de Miami cumple este año 40 ediciones, ¿cuáles son los logros y la relevancia que ha adquirido en estos años?
Mi relación con el festival se remonta a 2012, cuando participamos en el área de industria con “Venecia” de Kiki Álvarez. Al año siguiente se organizó un evento de cineastas cubanos independientes en el que colaboré con la curaduría. Creo que lo más importante que ha logrado el festival es haber construido comunidad. El trabajo tan bonito que hace para crear un programa bien diverso, que incluye desde películas muy crudas latinoamericanas hasta comedias, sin escapar a ningún género. Eso, junto con las actividades y encuentros que organiza el festival, construye comunidad. Por ejemplo, tuvimos una experiencia lindísima en la proyección de “La hija de todas las rabias” de Laura Baumeister y es que había dos señoras que cuando termina la película bajaron llorando, se abrazaron con la directora y le dijeron: “Esta es la historia de mi familia, esta soy yo, yo también he tenido que lidiar con ser mujer en Nicaragua”. Esta anécdota resume lo relevante que se ha vuelto el festival para la ciudad de Miami. Por otra parte, el MFF se construye como un punto estratégico de visibilidad para los cineastas iberoamericanos. Es un festival que funciona como un puente y ayuda mucho a la carrera de los cineastas. No sólo brinda la posibilidad de que el público de aquí se encuentre con estas películas, sino que amplía las posibilidades de los cineastas, propone un diálogo, y trabaja con la diversidad en todas las esferas del festival.
Este es un festival que llena las salas, ¿cuáles son las temáticas y los países latinoamericanos que mejor conectan con el público de Miami?
Esta tradición proviene del fundador del MFF, Nat Chediak, y luego continuó con quien fue su director durante 12 años, Jaie Laplante, quien abrió los canales para que la audiencia tuviera la oportunidad de dialogar con los cineastas. La cantidad y la calidad de películas latinoamericanas hace que sea muy difícil armar el programa iberoamericano, pero diría que el país con más fuerza este año fue Brasil. Todas las películas brasileñas que se postularon eran excelentes y terminamos seleccionando dos: “Regra 34” de Carolina Murat y “Carbón”, ópera prima de Carolina Carolina Markowicz. Lo interesante es que no se parecen en nada, una tiene que ver con la exploración de la vida sexual de una mujer a través de las redes; y la otra transcurre en un entorno rural y retrata la resiliencia de una familia pobre en medio de la nada que cobija a un mafioso de la droga. Este año hay una presencia muy fuerte de directoras mujeres y varias películas que tratan el tema del adulto mayor, que funciona muy bien en Miami porque tenemos una audiencia veterana.
Creo que lo más importante que ha logrado el festival es haber construido comunidad.
Tal como decías, el MFF es un punto estratégico de entrada a EE.UU. para los cineastas latinoamericanos. ¿Qué es lo que más te atrae de una película al momento de programar los filmes seleccionados?
Es un proceso hasta doloroso, porque una nunca tiene todos los slots que quisiera tener para programar, pero hay dos cosas que siempre estoy buscando. Una es una voz. Quiero encontrar cineastas que tengan una voz, una originalidad a la hora de contar historias, de aproximarse al cine, de trabajar con los recursos estéticos y usarlos para conectar con la audiencia. En segundo lugar, siempre estoy buscando cineastas que no sean outsiders. Necesito una película que hable de una realidad de la que su realizador sea parte, que uno sienta que el director no cayó en paracaídas en la comunidad donde transcurre la historia que está contando. Eso es algo que nos enriquece del cine latinoamericano, que te enseña lugares, contextos donde tú no has estado ni conoces, porque sus realizadores crecieron de ahí, o su familia vivió allí. También trato de que haya un equilibrio entre tono, género y punto de vista, que haya puntos de vista que conversen entre sí y que incluso choquen, y que de ahí salgan cosas nuevas.
El MFF cuenta con títulos latinoamericanos y otros producidos y filmados en EE.UU. sobre temáticas latinas, ¿qué diferencias existen entre estos dos modos de relacionarse con Latinoamérica?
Yo creo que todas las películas, como los seres vivos, son diferentes. Es muy difícil hacer una comparación, ya que incluso algunas que vienen de la misma región son diametralmente distintas, pero algo positivo respecto a los filmes provenientes de Miami es que cada vez se presentan más, tanto cortos como largometrajes. Eso demuestra que se está haciendo más cine en Miami, más cine de calidad. Yo no programo esa sección pero es bien diversa, este año incluyó títulos como “Patria y vida” de Beatriz Luengo o “Amigo” de Luis Gispert. El público respondió muy bien, porque puedes ver la ciudad donde vives en la pantalla, pero a través de la mirada de otro. Eso es lo que hace el arte: tú puedes pasar todos los días por la misma esquina donde hay un mural, pero nunca lo miraste como cuando vino un cineasta y lo captó, trabajó con eso, transformó esa realidad y lo puso a tu disposición. Ahí está esa magia.
¿Los habitantes de Miami tienen otras opciones para ver cine latinoamericano durante el resto del año?
Aquí hay un público local activísimo. Cuando yo vivía en Miami, iba todos los domingos al Tower Theatre para ver las películas, y mi mamá va siempre al Coral Gables. Luego está GEMS, la otra porción del festival que también tiene una concurrencia enorme. GEMS comenzó en 2014 bajo el nombre MIFFecito con el objetivo de ofrecer una solución de “mitad de temporada”, acercando al público local cada noviembre los títulos más aclamados del año. Aquí hay mucho público latino, gente que conecta mucho con el cine latino; en las proyecciones siempre hay un momento en el que la gente quiere hablar en español. Me recuerda a cuando vivía en Cuba, a la pasión que había en el festival de La Habana, esa pasión tranquila y linda.
Mencionaste que tu primer acercamiento al MFF fue en su área de industria, ¿tienen previsto regresar con secciones como el Work in Progress u otros eventos de industria?
No lo sé, pero espero que sí. Después de la pandemia todo es muy incierto, lleva tiempo reacomodarse. Pero sé que la capacidad para crearlo existe. Era un evento fantástico y hay muchas personas muy talentosas que trabajan en el festival.