LatAm premiere: Vinko Tomičić, director de “El ladrón de perros”
“El ladrón de perros” del chileno Vinko Tomičić es uno de los 22 títulos seleccionados en la Sección Oficial de Largometrajes del 28° Festival de Málaga, a desarrollarse entre el 14 y el 23 de marzo. El filme es una producción de la boliviana Color Monster, la chilena Calamar Cine y la mexicana Zafiro Cinema en coproducción con la francesa Easy Riders Films, la ecuatoriana Aguacero Cine y la italiana Movimento Film. Las ventas internacionales están a cargo de Luxbox.
Primer largometraje en solitario del director, que en 2016 dirigió “El fumigador” junto a Francisco Hevia, la historia sigue a un joven limpiabotas huérfano de La Paz que le roba el perro de su mejor cliente, un solitario sastre con el que el joven fantasea que sea su padre. La película llega a España luego de un extenso recorrido por más de 40 festivales que comenzó con su estreno mundial en el Festival de Tribeca antes de cosechar premios en el Festival de Mar del Plata, el Festival de Cine de Lima, el International Film Festival for Children and Youth de Irán y el festival de Cine Iberoamericano de Firenze, entre otros. LatAm cinema dialogó con Tomičić sobre su experiencia como guionista, director y coproductor de “El ladrón de perros”.
Eres un realizador chileno formado en la Universidad de Buenos Aires, ¿por qué elegiste la ciudad boliviana de La Paz como escenario para tu película?
Mi primera intención era hacerla en el norte de Chile, en Coquimbo, que es la ciudad donde crecí. Pero en 2015 presenté la idea a un taller de Ibermedia en Bolivia que se llamaba “El viaje andino del héroe”. Cuando llegué a La Paz quedé impresionado de que el oficio de lustracalzado siguiera tan vigente, siendo uno de los oficios más populares, principalmente para los niños que trabajan con el rostro cubierto con un pasamontañas para evitar la discriminación. Eso me llamó la atención porque en otros países de la región ya está prácticamente extinto el oficio de lustracalzado, es algo muy de época.
A esto se sumó que, al poco tiempo, un tsunami arrasó con el casco antiguo de mi ciudad, que era el lugar que podía sostener esta historia, inspirada en recuerdos de mi infancia en los años 90, cuando todavía había lustrabotas en Chile. De hecho, cerca de mi casa vivía uno del cual me hice amigo. A comienzos de 2016 me puse en contacto con “El Hormigón Armado”, un periódico maravilloso que tienen los lustracalzados en Bolivia, para ofrecerles talleres abiertos de cine y ellos aceptaron la propuesta. Luego viví unos meses en una casa ocupada que tenían y me di cuenta de que la película no podía existir en otro lugar que no fuera Bolivia, y partí el proyecto desde cero. El cine es mágico y maravilloso. Yo viví en Bolivia en mi primer año de vida y crecí con un imaginario borroso de Bolivia, pero de alguna forma pude reconstruir también esa Bolivia perdida que tenía en mi mente.
¿Cómo fue el proceso para construir esa mirada de la ciudad y para filmar en un país que no cuenta con una industria cinematográfica sólida?
La Paz que quise retratar, no quiero decir que toda La Paz sea así, reposa en el tiempo: los oficios de lustrabotas y sastre siguen vigentes, y ciertos lugares en la ciudad, la vestimenta, los zapatos, podrían hacer pensar que se está intentando hacer algo de época, pero no es así. Hay una escena donde agarran un teléfono muy antiguo, de esos teléfonos a disco. Era un teléfono que estaba ahí, en la casa donde filmamos, y funciona hasta el día de hoy. Para mí era muy importante retratar esa ciudad y hacerla protagonista, no solo para transmitir esa sensación de reposo en el tiempo, de atemporalidad, sino también porque el personaje protagónico, Martín, es un lustrabotas ambulante. Existen dos tipos de lustrabotas: los fijos, que tienen su puesto, y los ambulantes, que generalmente son niños, que migraron del campo y andan deambulando. Mi personaje recorre la ciudad todo el día, su lugar de pertenencia es la ciudad, está en constante movimiento. Después de que tomé la decisión de filmar en Bolivia, me fui a vivir allí seis años para poder retratar el lugar, y mi trabajo consistió en acompañar y convivir con los lustracalzados. Todos los jóvenes que actúan en la película son lustrabotas reales, que salieron de los talleres que yo iba haciendo, y todas las locaciones fueron elegidas por mí. Escribí algunas escenas a partir de la locación, porque me enamoraba de los lugares, como el teatro o el colegio. Yo quería filmar ahí sin saber qué iba a filmar, entonces fui escribiendo un guion para hacer partícipe a la ciudad.
“Escribí algunas escenas a partir de la locación, porque me enamoraba de los lugares, como el teatro o el colegio. Yo quería filmar ahí sin saber qué iba a filmar, entonces fui escribiendo un guion para hacer partícipe a la ciudad”.
Franklin Aro, que interpreta al lustrabotas protagonista, es un actor natural, mientas que el sastre es interpretado por Alfredo Castro, un actor con muchísima experiencia. ¿Cómo se trabajaron las escenas entre ambos?
Alfredo Castro es uno de mis ídolos, yo quería hacer una película con él y fue una de las primeras personas que se sumaron al proyecto. Alfredo es un estudioso del guion, lee y relee, subraya todo, le pone colores, estudia cada detalle de una escena. Franklin Aro fue un descubrimiento. No tenía ninguna experiencia actoral, desde los ocho años trabajaba como lustrabotas en las calles. Con él hicimos un trabajo súper extenso, de varios años, de entendimiento de lo que era el cine, de qué era hacer la película. Sofía Quirós fue coach de actores e hizo un trabajo maravilloso. Con Franklin trabajamos a través de la oralidad y logró llegar a un nivel de conocimiento de la historia y de la técnica y del trabajo de cámara impresionantes, te diría que al mismo nivel de Alfredo Castro. El desafío en cada escena era encontrar el punto de equilibrio de la intensidad dramática, combinando a un actor que suele ir a un lugar más de la actuación, de marcar ciertos gestos, con alguien que construye desde la naturalidad absoluta. Alfredo tenía que bajar y Franklin tenía que subir, uno con guion y otro sin guion.
“El ladrón de perros” es una coproducción en la que participan cuatro países latinoamericanos, ¿cómo se fueron sumando las empresas coproductoras?
Primero se hizo una coproducción natural entre Bolivia y Chile por mi nacionalidad chilena y porque mi empresa es la chilena Calamar Cine, y Bolivia, obviamente porque la película iba a ser boliviana. El primer problema fue que no existe un acuerdo de coproducción entre Chile y Bolivia, ni en Bolivia existe una ley del cine ni tampoco un fondo fijo que apoye la producción. Existen sólo algunos fondos extraordinarios que salen cada tanto como el PIU, que ahora nuevamente va a financiar muchas películas en Bolivia. En esos años incluso en un momento salió el fondo del PIU, pero yo no pude postularme porque soy extranjero, entonces no teníamos forma de levantar dinero desde Bolivia. Lo primero que hicimos fue postular a Ibermedia, que es nuestro fondo sagrado en Latinoamérica. Ahí unimos fuerzas, se nos sumó México de una forma muy natural a través de Zafiro Cinema, con Edher Campos y Gabriela Maire, que es boliviana. Cuando conseguimos Ibermedia, entró de forma muy natural y rápida Ecuador, que es otro país andino, y conseguimos su Fondo de Coproducción Minoritaria de 50 mil dólares, que fue un aporte increíble. Finalmente entró Europa por dos razones: la primera porque desarrollé esta película en la Residencia Cinéfondation del Festival de Cannes, entonces desde Cannes promovían hacer una coproducción con Francia. La segunda, porque la única forma de levantar financiamiento desde Chile, del Fondo de Coproducción Minoritaria, es a través de un país que tenga un acuerdo de coproducción con Chile. Es rarísimo tener que ir hacia Europa para meter plata en Latinoamérica. Hicimos coproducción con Francia, que nos aportó el CNC y nosotros pudimos levantar el fondo de Chile; luego Francia incluyó a Italia. Todo esto porque en Bolivia no hay plata para hacer cine y tuvimos que meter seis países en total para poder sacar partecitas de cada uno de esos fondos para intentar levantar el rodaje. En Bolivia se estaba firmando una ley de cine y salió un fondo en los últimos meses de la gestión de Evo Morales. Nosotros nos habíamos adjudicado ese fondo a través de la casa productora boliviana Color Monster, liderada por Álvaro Manzano, y justo sucedió el golpe de Estado, llegó Jeanine Áñez, eliminó el Ministerio de Cultura y nos quitaron la plata.
La película ya estuvo en varios festivales alrededor del mundo, ¿qué te sorprendió más sobre la recepción del público y cómo ha sido el intercambio entre la película y las distintas culturas en las que fue mostrada?
La conexión con el público es muy fuerte. Nunca falta un boliviano que se acerca y agradece por ver un retrato de su cine nacional, de su cultura; eso es maravilloso. Me llama la atención cómo la película resuena tan fuerte en lugares lejanos como Irán, India o Tailandia; y también sorprende su éxito en los festivales juveniles. Pero lo más bello es que haya conectado tanto en Latinoamérica. Eso es algo que yo siempre he querido: hacer una película que llegue a Latinoamérica, porque siento que nuestro cine busca, o necesita, una validación en los grandes festivales europeos para luego regresar a buscar un estreno en nuestros territorios. Eso es tristísimo. Siento que la única forma de validar nuestro cine es con nuestra gente. Esta película ha estado en los festivales más importantes de Latinoamérica (Mar del Plata, Sanfic, Lima, Guadalajara, Río de Janeiro) y, para mí, eso es un triunfo. Lo más bello de todo ha sido la conexión y el recibimiento de la película en Bolivia. Se estrenó en salas comerciales en Chile, Bolivia e Italia; ahora se estrena en salas comerciales en Ecuador y México, y estamos en negociaciones para estrenar también en Uruguay, Colombia y Francia. En Bolivia batimos un récord de audiencia con más de 20 mil espectadores, y te aseguro que debe haber más de 100.000 que están esperando que salga en DVD. La película se transformó en un fenómeno social. De un día para otro, Franklin se convirtió en figura de TikTok, ahora es influencer, lo nombraron embajador cultural de la Ciudad de La Paz, embajador a través de la ONU, en Bolivia lo nombraron embajador de la transparencia. También nos hizo un recibimiento la alcaldía, a mí me dieron un reconocimiento por haber retratado la Ciudad de La Paz. Es un triunfo venir de afuera y que los mismos bolivianos me digan que están agradecidos por el retrato de su ciudad, para mí eso no tiene precio, que el cine sea valorado en su territorio, que conecte con su público, es mejor que cualquier otro reconocimiento.
¿En qué nuevos proyectos estás trabajando y en qué trabaja Franklin?
Franklin está enfocado en la pintura, porque le gusta mucho pintar. Dejó de trabajar como lustrabotas y trabaja generando contenido en TikTok. Se ganó dos becas universitarias gracias a la película: una para estudiar en la Universidad del Cine en Ecuador, que todavía no ha utilizado, y el año pasado estuvo estudiando cine en la Escuela de Cine y Artes Audiovisuales de Bolivia.
Yo tengo rodaje ahora en julio, filmo un cortometraje en Chile, “Sólo la muerte”, nuevamente con el director de fotografía Sergio Armstrong en mi equipo. Gané el Fondo Audiovisual en Chile para realizar este cortometraje de época en blanco y negro, ambientado en 1920. Además estoy trabajando en una road movie en Bolivia, en la que también participará Franklin. Ahora estrenamos “El ladrón de perros” en Málaga. La película fue la candidata de Bolivia en los Goya y estuvo nominada en los Premios Forqué, entonces mostrarla por primera vez en España será genial.