Los programadores: Carlos Tello, director del Festival de Cine Latinoamericano de París
Tras caer en la cuenta de que no existía en París ningún festival dedicado al cine latinoamericano, Carlos Tello -investigador, docente y programador colombiano radicado en la capital francesa- empezó a idear el CLAP, Festival de Cine Latinoamericano de París, cuya tercera edición se celebró del 1 al 6 de abril con una programación de ocho largos y ocho cortos en competencia y algunas películas en muestra. El evento se presenta como una extensión natural de Image et Parole, Cineclub que Tello creó en 2018 para impulsar sesiones de cine comentadas en París.
El céntrico Espace Saint-Michel, en el corazón del barrio Latino, fue la sala principal de este certamen cuya sesión de clausura estuvo a cargo de la argentina “Invasión”, obra dirigida por Hugo Santiago a finales de los 60 que, tras varios años desaparecida, fue recuperada por la Filmoteca de Buenos Aires en la primera década del 2000. La inauguración también estuvo a cargo de un filme de culto recientemente restaurado: “De cierta manera”, ópera prima de la cineasta cubana Sara Gómez recuperada por la alemana Arsenal-Institut für Film und Videokunst en colaboración con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.
La chilena “Cuando las nubes esconden la sombra” y la brasileña “Greice” recibieron ex aequo el galardón del jurado. La uruguaya “Mala reputación” recibió una mención del jurado y el premio del público, mientras que la ecuatoriana “Ozogoche” fue reconocida por el CLaP des Universités. LatAm cinema conversó con Carlos Tello sobre el perfil del festival y la acogida del cine latinoamericano en París.
¿Cómo describirías el perfil del festival? Además de ser cine latinoamericano, ¿qué perfil estás buscando construir?
Primero me sorprendió que no existiera un festival de cine latinoamericano en París, teniendo en cuenta los fuertes vínculos culturales, artísticos y estéticos entre ambos. Entonces me pregunté qué tipo de festival quería hacer. Estuve yendo a varios festivales, analizando cuántas competencias, cuántas películas en cada una, qué equilibrio había entre las selecciones, etc. Y siempre teniendo en mente el público parisino, que ya conocía un poco, porque desde 2018 gestiono el Cineclub, concluí que lo mejor iba a ser hacerlo lo más pequeño posible en términos de cantidad y apostarle a la curaduría, entendiéndola como una cierta reflexión cinematográfica, una cierta calidad cinematográfica. Ligado a eso había también dos cosas: alejarse lo más posible de los clichés folclóricos o culturales de que todas las películas latinoamericanas tienen que hablar de una lucha social o de los derechos de las mujeres o de los indígenas o de la tierra, por no hablar de la pornomiseria; y buscar la originalidad, el riesgo y la propuesta, sin un criterio de edad ni de trayectoria.
Y este año, en la tercera edición, ¿qué particularidades destacarías?
En términos de selección de películas, por primera vez hay cortos. Como al principio la idea era tener pocas pelis, no entraban. Sin embargo, en las dos primeras ediciones recibí un cierto número de cortos, cuando yo no pedía cortos. Como veo todo lo que me envían, decía tal vez estaría bueno…Y esta vez hay ocho cortometrajes en competencia. Son ocho porque me parece simbólico, en las tres primera ediciónes seleccionamos ocho largos.. pero nada impide que un año sean nueve o diez o doce o cinco. Yo creo que esos son obstáculos muy artificiales, hay muchas cosas muy artificiales cuando se trabaja con arte. El hecho de dar un premio es completamente artificial, pero tiene otro carácter bonito que me interesa.
¿Puedes profundizar en tu perspectiva sobre las secciones competitivas de los festivales?
Eso justamente es complejo. A mí me gustaría decir que los premios son una idiotez en el arte y que simplemente habría que hacer muestras. Pero un premio es una ocasión de visibilidad y uno no puede ver todas las películas del mundo. Entonces, cuando en un festival se presentaron 150 películas y hay tres que ganaron premios, eso significa algo. Tal vez no te guste, pero es una visibilidad que es dada por un jurado, y habrá jurados con los que uno puede adherir más que con otros, pero en todo caso son jurados, son voces, son producto de una discusión. Con el premio del público, por ejemplo, el público es el que opina, entonces tiene esa ventaja. Para una película puede ser significativo, más allá de que estén dotados de dinero. El problema no es tanto el premio, sino la interpretación que se puede dar. Decir “la mejor película” es una tontería, decir “la película que ganó tal premio” está bien, quiere decir que cierto número de personas encontraron que hay que distinguirla y eso le da un poquito más de luz y de espacio en un mundo extremadamente lleno de películas. Es ahí donde veo la pertinencia y lo interesante.
En relación a la selección de películas, ¿cómo la hacen? ¿Solo a través de convocatoria o también hacen búsqueda de películas?
Las dos cosas. En las dos primeras ediciones hubo un comité de selección y este año hice la selección solo. Hay una convocatoria que está abierta a partir de septiembre durante cuatro meses y este año recibimos tres veces más películas que el año pasado, y cuatro veces más que la primera edición. En paralelo voy a un cierto número de festivales durante el año, algunos no necesariamente para buscar películas, como Cannes. Voy a Marseille, a Biarritz. También intento mirar qué pasó en tal o tal festival, y pido películas, es un poco las dos cosas entonces. También hay gente que me escribe directamente, ya he recibido algunas para 2026 . Entonces es un poco todo el año, pero obviamente entre septiembre y enero es un momento fuerte de recepción y de visionado.
“Sin querer hacer un retrato, me parece que el público aquí es un público al que fácilmente se le pueden proponer cosas un poco más arriesgadas, menos estructuradas en términos de industria”.
¿Cómo funciona el programa de educación visual?
Mi idea era trabajar con colegios en la región de París, para llevar, por una parte, una intervención sobre análisis fílmico seguida de un corto que vemos en la misma clase; y luego, una semana o dos más tarde, asisten a una función de cine en una sala de cine y también se acompaña de una discusión; si es posible, con un cineasta, si no, yo solo, y funciona muy bien. Para mí, lo más lindo es darse cuenta de que el lenguaje cinematográfico es muy complejo, un plano o un tipo de encuadre no significan algo, depende de la obra, depende del contexto, depende de lo que estuvo antes, lo que está después, depende del cineasta… Entonces es una apertura a unos lenguajes con los que algunos se entusiasman mucho y quieren explorar luego. También se busca que vayan al cine porque los chicos no van mucho o, cuando van, nunca ven cine de arte y ensayo.
¿Cómo se trabaja con las escuelas?
Es un trabajo un poco complejo porque no puedes llegar a un colegio a golpear la puerta, hay que pasar por canales institucionales, que son también complejos. Por eso ahora estoy convirtiéndome en una pequeña institución que puede proponer algo para que los colegios vengan y digan me interesa. El festival está llegando a ese momento en el que tienes derecho a proponer cosas. Luego hay que proponerlas, pero ya lo haces con más autonomía: propongo esta función, esta sala de cine, este paquete de análisis con discusión, y los colegios pueden aceptarlo o no. Esta mañana estuve en Cinema du Palais, en Creteil, con “Una canción para mi tierra” y su director, Mauricio Albornoz, y en la sala había 180 chicos que le hicieron un montón de preguntas después. Eso es brutal, recibir una función exclusiva para ellos con un director conversando 40 minutos con ellos, hay ahí un valor también en términos sociales.
A partir de tu experiencia, ¿cómo dirías que es el público parisino con el cine latinoamericano?
Sin querer hacer un retrato, me parece que el público aquí es un público al que fácilmente se le pueden proponer cosas un poco más arriesgadas, menos estructuradas en términos de industria. Pero fíjate que, por ejemplo, en el Festival de Biarritz hace dos años vi una película paraguaya que se llama “Guapo´y”. Al cabo de veinte minutos, un cierto número de personas empieza a irse de la sala. Me pareció un poco exagerado, porque además la película es corta. Para mí fue, tal vez, la película más bonita que vi en Biarritz, y vi muchas. La traje al festival y ganó el premio del público. La peli vale lo que vale, es lo que es, pero puede ser más o menos apreciada en un lugar o en otro. Lo que no es una crítica en absoluto para Biarritz, porque fue gracias a Biarritz que yo la vi, pero fue aquí donde fue tal vez más apreciada.
Y de cara al futuro, ¿cómo te imaginas el festival?
Hoy por hoy, a mí no me interesa mucho que crezca en términos de número, de cantidad, más bien que crezca en términos de de calidad, de reconocimiento. Y por ejemplo, que un director o una directora en América Latina vea varias posibilidades y que tal vez elija el CLAP, que es más chiquito, el premio no tiene plata, pero la película va a estar rodeada de pocas pelis en lugar de que se muestre con otras 150, entre las que puede quedar un poco enterrada. Entonces, seguir apostándole a la curaduría, que las salas estén más llenas, que pueda invitar a más cineastas. Y para hacerlo y dedicarme a tiempo completo es necesario que el apoyo económico serio llegue.