Miguel Salazar, director de “Ciro & yo”, un documental para destruir el terror y reconstruir el lenguaje
Durante las últimas tres décadas en Colombia, entre ocho y nueve millones de personas han sufrido el desplazamiento forzado, es decir: abandonaron los sitios donde vivían por causa de la guerra. Un enfrentamiento civil que también reclutó entre 14.000 y 17.000 niños y adolescentes para los grupos de la guerrilla y los paramilitares.
Estas cifras tienen rostros, y uno de ellos es el de Ciro Galindo, cuya familia no sólo fue desplazada varias veces de los lugares que habitaba, sino que dos de sus hijos fueron reclutados por las FARC y por la AUC. Su esposa Anita, una indígena tukana, murió de tristeza en medio del duelo. Golpeado por los grupos armados ilegales y por un Estado colombiano omiso en sus obligaciones, Ciro vivió sus 65 años bajo el fuego cruzado. Ajeno al sistema, fue víctima del sistema. Sin embargo no ha claudicado en su lucha heroica y anónima por vivir la vida. Así se presenta “Ciro & yo”, el quinto largometraje documental de Miguel Salazar, director, productor, guionista y fotógrafo del filme. Producida por La Esperanza con Catalina Vela y distribuida en su país por Cine Colombia SA, “Ciro & yo” ha sido exhibida en el Festival de Biarritz de Cine Latinoamericano y en el Festival Internacional de Cine de Cali, y en 2018 participará en el Festival de Cine Colombiano de Nueva York.
¿Recién ahora es posible esta película en Colombia?
Sí, creo que recién desde hace unos años se ha abierto un espacio para reflexionar sobre nuestro pasado, para hacer un poco de memoria. Ahora es el momento de películas como “Ciro & yo” donde podemos revisarnos como sociedad. Ahora se abre un terreno para hablar de temas de memoria histórica. Y ahora también se viene otra lucha: quién cuenta la historia y cómo se cuenta, y es ahí donde a mí me interesa estar ayudando a que se cuente desde los de abajo, desde quienes sufrieron la guerra de forma directa.
También es cierto que recientemente hay un boom del documental en Colombia, con los sucesos de taquilla el año pasado de “Señorita María”, “Amazona” o “El silencio de los fusiles”. En 2015 con “Carta a una sombra” llevamos incrédulamente a más de 25.000 espectadores a las salas, y desde ahí exhibidores como Cine Colombia han visto que hay público para estos contenidos diferentes, que narran otras historias de la realidad colombiana.
¿Qué aporte puede hacer tu película en la construcción del relato sobre la historia reciente?
Creo que en Colombia parte del caos nacional es que la historia oficial está en construcción. Me gusta la historia de Ciro porque no tiene bando, es difícil que sea utilizada políticamente porque todos quedan mal: la guerrilla queda mal, los paramilitares quedan mal, el Estado queda mal, el Ejército queda mal... todos le fallan a este ciudadano. Y creo que esta película cuenta la historia de este hombre desde un lado humano: es un padre tratando de sacar a sus hijos de la guerra, algo que lo hace universal y muy difícil de manipular. En este sentido creo que es una historia honesta sobre un hombre bueno, bondadoso, que no buscó la violencia y la venganza. Me parece que justamente esa elección de él es lo que le permite la fuerte conexión con el público, porque a pesar de ser un hombre al que todos le dieron garrote, sigue erguido y nunca perdió su dignidad.
¿Cuáles han sido las respuestas de esos públicos?
La asistencia de espectadores a lo largo de las semanas ha sido muy buena y me parece increíble para ser una producción independiente y con este tema tan difícil y tan duro. Las repercusiones entre el público han sido conmovedoras y gratificantes. Es común que cuando termina la película se produzca un silencio profundo y luego hay un gran aplauso colectivo, y cuando se prenden las luces hay mucha gente llorando. Es una reacción catártica para muchas personas, y la catarsis fue un elemento muy presente durante la realización del documental. En las funciones en las cuales Ciro está presente, muchos se acercan a abrazarlo, a pedirle perdón, a decirle que es un héroe, a agradecerle por no darse por vencido. Son gente común, que se cuestiona qué hicieron durante la guerra y qué pasaba en las ciudades mientras a Ciro se le llevaban a sus hijos. Algunos estábamos de rumba, otros estudiando, teniendo hijos… por eso muchos tienen la necesidad de disculparse por su ausencia. Los hitos que relata la película sirven justamente para eso, para que cada uno se cuestione dónde estaba, qué estaba haciendo durante la guerra. A esto también apunto con el título: no es solamente una apelación hacia mí como realizador, sino que se convierte en una apelación hacia el espectador. Me interesa que ahora la pregunta sea: ¿Qué puedo hacer?
Ahora me interesa que se vea entre los jóvenes colombianos y estamos diseñando una estrategia educativa para ello, porque llegar a ese público es la razón de ser de la película.
¿Ese título también define un punto de vista?
Decidí hacer la película en 2012, a pesar de habernos conocido y de estar fuertemente vinculados desde 1996, cuando uno de los hijos de Ciro falleció en un accidente frente a mí. En ese período de tiempo ya había ido grabando documentos sin saber qué hacer. En un momento pensé en hacer una ficción sobre Memín, uno de sus hijos afectados directamente por la guerra. Pero estudié la problemática de los adolescentes reclutados y vi que era imposible ficcionar sobre este tema. Finalmente opté por este camino, por darle voz a Ciro. Gané el Fondo de Desarrollo Cinematográfico para escritura, lo que me permitió trabajar con Marta Andreu y al año siguiente obtuve la beca para la producción de largometraje que llevó cuatro años. Si bien la película es desde mi punto de vista, es su historia la que quería contar. Yo le dije: “Oye Ciro, quiero contar su historia”. Y creo que él también tenía esa necesidad de contarla. Yo era una excusa para vincular la historia de su familia a la Historia -con mayúscula- más grande de Colombia. Lo que marcó el quiebre en mi búsqueda como director, fue una entrevista con Ciro que se convirtió en la columna vertebral del trabajo por el poder que tenía. Allí se veía a una persona que estaba reinventando el lenguaje, que por primera vez estaba pudiendo poner en palabras lo que el terror había destruido y que lo había regresado a una etapa del prelenguaje o a la barbarie.
En esa entrevista se llega a un límite que puede cuestionarse: Ciro, como protagonista y amigo tuyo, llora. ¿Cómo has trabajado esas entrevistas y qué límites estableciste con él?
Él y yo tenemos confianza, vivimos una tragedia que hace que uno se quite la mascara. En estos 20 años hemos mantenido el contacto, principalmente en momentos muy difíciles de la vida. Entonces entre nosotros todo es muy transparente. En Sudáfrica conocí el trabajo de la poeta Antjie Krog que integró la Comisión de la Verdad en su país. Ella hacía referencia a algo que le pasaba a las víctimas que era que al pasar al estrado de los tribunales e intentar contar sus historias, comenzaban a llorar y no podían hablar. Krog sostenía que eso era volver a la etapa del prelenguaje: el terror destruye hasta el lenguaje. Entonces en muchos casos es imprescindible, antes que nada, volver a llamar las cosas por su nombre. Esa entrevista en la película le da palabra a un dolor muy profundo que lleva un hombre por lo que le hizo la guerra a sus hijos, y este fue un poco el proceso que hicimos con Ciro y que fue sanador para todos. Había una urgencia por hacer esa entrevista en ese momento. Urgía hacerlo ¿por qué? Porque Ciro necesitaba contar su historia. Esta construcción del relato, ese nacimiento del lenguaje, es difícil, por eso Ciro llora. Y por eso lo dejo en el montaje. Era también la necesidad de Ciro de que lo escuchara alguien. Fue una catarsis para todos, todos lloramos: el camarógrafo, la productora, Ciro, yo… fue un proceso difícil y se trató de eso: de poner en palabras la historia para poder domarla y llevarla un poco a cuestas, poderla cargar, domesticarla de alguna manera. Es un proceso que refiere a algo que Shakespeare ya había expresado: “Dad palabra al dolor, el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”.
Además de ser una historia llena de golpes, Ciro se enfrenta también a muchísimas trancas burocráticas para que el Estado lo reconozca plenamente en sus derechos como víctima, lo que lleva a preguntarnos si hay una solución real.
La clave está en que los muchachos no se vayan más a la guerra a combatir contra muchachos iguales a ellos. Mira, yo creo que Colombia es muy difícil. Pero también creo que estamos en un momento histórico en el que el país pude coger otro rumbo. La vida de Ciro ha estado marcada por la guerra desde que nació: se crió con los enfrentamientos entre liberales y conservadores que para muchos historiadores es el inicio de la guerra civil de Colombia, que ahora se está acabando con el proceso de paz. Ciro ha vivido así, bajo el fuego cruzado de todos los ejércitos. Y sus hijos han nutrido esos ejércitos, a todos los bandos. Yo creo que la paz se trata de eso: de que no se lleven más a los muchachos a los ejércitos, a la guerra. Con el proceso de paz yo creo que Colombia puede mirar hacia adelante. Fíjate que el hecho de que hayan salido 10.000 hombres de una guerrilla que llevaba tres generaciones en la montaña, ya es un gran logro. Falta muchísimo por construir, sin dudas, pero yo creo que la vida para personas como Ciro y su hijo pueden ser diferentes, en un compromiso que necesariamente implica a toda la sociedad. Esta película trata de hacer eso.
¿Cuáles son los próximos pasos que ustedes deberán dar?
Lo que viene es muy difícil, porque hacer la paz es difícil, pero “Ciro & yo” es justamente una invitación a ello: a que hagamos memoria, miremos para atrás para tratar de construir un lugar diferente, un país en donde nuestros hijos no se vayan a la guerra contra muchachos como ellos. Creo que el mensaje de Ciro es poderoso: “Perdón sí, olvido no”. Creo que eso es lo que se viene con la justicia transicional: hay que exigir verdad, sobre todo en delitos de lesa humanidad. Se tiene que saber quiénes fueron los responsables de todos los bandos de reclutar a esos niños como los hijos de Ciro. Esa gente debe pedir perdón ante la sociedad entera. Y el momento de poner el freno en Colombia, de hacer una nueva refundación de la sociedad, es ahora. Son horrores que se hicieron los humanos entre sí y se tienen que condenar, no hay excusas. Para lograrlo es imprescindible la memoria y la verdad. Que todos reconozcan explícita y públicamente que esto no puede volver a suceder.
Foto de portada: Magela Crosignani.