Mostra de São Paulo 2011: Julia Murat, directora de “Histórias que só existem quando lembradas”
Tras su premiere mundial en la Mostra de Venecia, su paso por festivales como Toronto o San Sebastián, “Histórias que só existem quando lembradas” participa en la Mostra Internacional de Cinema de São Paulo. Este es el primer largometraje de ficción de Julia Murat, directora y guionista de 32 años que previamente realizó el documental “Dia dos pais”, quien se ha convertido en uno de los nombres más sobresalientes de la nueva generación de cineastas brasileños, esos que buscan un lenguaje particular y diferente, pero que por sobre todas las cosas se proponen viabilizar sus proyectos ante una política cinematográfica que se inclina por el producto comercial.
El origen de “Histórias que só existem quando lembradas” se remonta a doce años atrás, cuando la directora decide contar una historia –inspirada en sus propias memorias familiares- que habla de un pueblo anclado en el tiempo. A partir de allí, su constancia fue puesta a prueba recorriendo un largo camino de búsqueda de financiación internacional. Durante su participación en Fundación Carolina, Murat conoció a la realizadora y productora argentina Julia Solomonoff, con quien se asoció y decidieron sacar adelante el proyecto, que terminó convirtiéndose en una coproducción entre Brasil, Argentina y Francia. La película cuenta con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina (INCAA) pero no tiene ningún soporte financiero brasileño.
“Histórias que só existem quando lembradas” es una película sutil con un tempo particular, que desarrolla su historia en un pueblo –en el que se adivina un pasado de riqueza- donde sus escasos habitantes viven repitiendo sus acciones constantemente. Allí, una anciana (interpretada por Sonia Guedes) se encarga de hacer el pan y visitar a su marido muerto en un cementerio que permanece cerrado; la llegada de una joven fotógrafa modificará la rutina.
“Histórias que só existem quando lembradas” narra una historia que hace retrato de la vida rural, ambientada en un pueblo ficticio del Valle de Paraíba. ¿Por qué te interesó enseñar esa forma de vida en ese lugar en particular?
Esta es una película que empecé hace 12 años, cuando conocí el cementerio cerrado mientras filmaba en el Matto Grosso do Sul. La acción la coloqué en el Valle de Paraíba porque mi papá es de esa región, entonces es una región que conocía mucho porque pasé toda mi infancia allí. Me parece que es una región que de alguna manera representa toda fábula, historia, que oí contar en mi infancia. Mi padre es un gran narrador de historias y me contó muchas de la región, de cuando su familia era rica y perdieron todo el dinero. Creo que un poco fue eso lo que formó mi deseo de contar historias.
¿Crees que dialoga con un tipo de cine latinoamericano que rescata esa clase de historias?
Creo que termina dialogando más con la literatura latinoamericana que con el cine latinoamericano, por esa idea del realismo fantástico, trabajar el cotidiano, el realismo, pero asociado al mundo mágico. Me parece que dialoga mucho con Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, un poco menos con Jorge Luis Borges. Sí creo que dialoga mucho con “Luz silenciosa”, de Carlos Reygadas.
Siendo la película el resultado de un largo proceso, ¿cómo fue repercutiendo eso en el proyecto original?
Cambió mucho porque yo también cambié mucho en el proceso. La idea original, la pequeña historia de un cementerio cerrado y la mujer que no puede morir porque el cementerio está cerrado, existe desde siempre. A la joven la coloqué cuando empecé a desarrollar mejor el proyecto, en 2004, 2005, porque sentí que se necesitaba un personaje extranjero para que la historia se desarrollara. A partir de ahí la estructura fue bastante parecida hasta el final. Pero el deseo de hablar más de los personajes que de la historia, la voluntad de trabajar más el cotidiano y alejarse un poco de una narrativa, apostar más a la idea de la repetición y lo cotidiano, y del conflicto y los desencuentros de esas dos generaciones, fue descubriéndose con el correr de los años.
La película es una coproducción con la Argentina, ¿por qué se busco esta asociación, y qué aportó en lo artístico y también en el aspecto de producción?
Desarrollé el guión en Fundación Carolina y allí conocí a Julia Solomonoff, quien estaba desarrollando “El último verano de la Boyita”. En ese momento quedó muy claro que no era con España con quien íbamos a conseguir una coproducción porque todos los productores hablaban de la dificultad de hacer proyectos autorales, era claro que en ese momento no estaban interesados en coproducir con América Latina. Nos miramos y decidimos hacerlo juntas. Julia entra a la película de una manera muy intensa porque también es directora y desde el inicio discutió el guión conmigo. Cuando ganamos Ibermedia se transformó en una coproducción oficial. Ella consiguió el apoyo del INCAA. En el equipo contamos con el director de fotografía, el asistente de cámara y el sonidista argentinos, y el actor Ricardo Merkin que también es argentino. Hubo un casting en la Argentina y toda la finalización se hizo allá.
La premiere de la película se realizó en uno de los festivales más importantes del mundo, la Mostra de Venecia. ¿Qué significó en lo personal exhibir la película allí?
Es muy extraño estar en Venecia porque por un lado te sientes la persona más importante del mundo por estar allí, pero por otro te sientes la persona menos importante del mundo porque estás en uno de los festivales más grandes del mundo pero la atención está en gente como George Clooney o Madonna, o cineastas como Sokurov. Es una mezcla de sentimientos muy grande. Pero para el film fue muy bueno. Se proyectó allí asociado con Toronto y San Sebastián. Y en la exhibición de Venecia fue muy bien recibida por la crítica y eso ayudó a llegar con fuerza a Toronto, inclusive para venderla.
En tu película se habla del encuentro y contrastes entre dos generaciones. Llevando eso al cine brasileño, ¿cómo ves a la nueva generación de directores en relación con sus antecesores?
Mi mamá, Lúcia Murat, es cineasta, entonces yo personalmente tengo una relación con la generación más antigua muy íntima y muy personal. Son gente con la que convivo desde la infancia. Pero hablando en general de esta generación de la que formo parte, que está comenzado a hacer largometrajes, creo que es una generación muy interesante. Actualmente la política cinematográfica de Brasil está muy enfocada en el cine comercial. Por ejemplo mi película no tiene ningún dinero de Brasil porque hacer una película de este estilo acá es muy difícil. Lo que está sucediendo entonces es un movimiento de querer hacer películas de guerrilla, casi sin dinero, entre amigos, es decir, ya que la política no permite hacer las películas que se desea con dinero, lo vamos a hacer de cualquier manera. Creo que es un movimiento muy fuerte el que está sucediendo, en las redes sociales se discuten políticas cinematográficas y hay un gran intercambio entre la gente. Por ejemplo, quien montó mi película es Marina Meliande, que dirigió “A alegría”. Creo que hay una gran voluntad de juntarse, agruparse, y que ese grupo sea intercambiable para cumplir diferentes funciones para hacer cine.
¿Actualmente trabajas en un nuevo proyecto?
Estoy muy en el inicio de un nuevo proyecto, que por el momento se llama “Pendular”. Básicamente trata sobre la relación amorosa entre una bailarina y un escultor. La idea es trabajar esa dualidad, el movimiento y la pose, y trabajar la idea de que dentro de una relación amorosa siempre se está intentando lograr el equilibro. Es esencialmente un film sobre el equilibro.
Con la experiencia de esta película y su largo proceso de realización, ¿ya pensaste en el esquema de producción para este nuevo proyecto?
Creo que fue en lo primero que pensé (risas). Voy a tener un equipo de unas ocho personas y dos actores. Va a ser un film muy simple. Algo que quedó muy claro para mí es que quiero hacer películas cada vez más.