• Patricia Ortega, directora de “Mamacruz”

    La actriz Kiti Mánver junto a la directora (©Julio Vergne)

  • Patricia Ortega, directora de “Mamacruz”

  • Patricia Ortega, directora de “Mamacruz”

Patricia Ortega, directora de “Mamacruz”

Lanzado en el Festival de Sundance como parte de la World Cinema Dramatic Competition, “Mamacruz” es el nuevo largometraje de la venezolana Patricia Ortega. La directora de “Yo, imposible” vuelve a valerse del cuerpo como escenario, esta vez para narrar el despertar de una mujer madura. Protagonizada por Kiti Mánver, el film sigue la historia de Cruz, una abuela de fuertes creencias religiosas que lleva décadas sin saber lo que es un orgasmo, hasta que un día descubre, en internet, deseos y sensaciones que creía extinguidos.

Esta es una producción de larga data, nacida a partir de experiencias personales y permeada por el proceso de migración de Ortega, actualmente radicada en España. Las dificultades de la realidad venezolana empujaron a la directora a buscar nuevos horizontes y también a asumir la imposibilidad de producir el largometraje desde Venezuela. A medida que exploraba nuevos territorios, la producción iba adaptándose. Finalmente, “Mamacruz” se estableció como una producción española de La Claqueta PC, Mamacruz AIE y Pecado Films, rodada en Sevilla y con Filmax como distribuidor

¿Cuál fue la principal motivación para narrar esta historia?

“Mamacruz” nació de varias experiencias personales como una crónica o más bien unas ganas de investigar sobre nuestras madres y abuelas. Por un lado, estaba en pleno proceso de migración, preparándome para dejar mi país con mucha incertidumbre. Y por otro, mi madre estaba saliendo de un duro proceso de quimioterapia, que finalmente pudo superar por completo. Tanto la migración como la enfermedad de mi madre me acercaron muchísimo a las mujeres de mi familia, porque yo crecí en una casa sin figura paterna, y al descubrir una fotografía de mi mamá desnuda, me di cuenta de que a estas mujeres que me han criado, apoyado y acompañado durante toda mi vida, sólo las conozco como eso, como mi mamá, mi abuela, mis tías, pero que no conozco a las mujeres que se esconden detrás de esos roles. De allí, de esa pregunta, nació la necesidad de desmantelar esos roles para encontrar a los seres humanos que muchas veces se han perdido en ellos. 

La película se puede definir como un coming of age, pero en una etapa madura, ya que hay un despertar en la protagonista. ¿Por qué esta elección y qué lugar ocupa la sexualidad dentro de la historia?

Toda la experiencia con la enfermedad de mi madre y también mi experiencia migratoria me enseñaron que los coming of age no tienen edad. Estamos en constante cambio y aprendizaje, de la noche a la mañana te puedes enfrentar con la muerte o simplemente tienes que empezar de cero. De la noche a la mañana puedes estar en un lugar desconocido, puedes quedarte sin nada y debes reinventarte. En el caso de “Mamacruz”, nuestra protagonista no se enfrenta a situaciones o conflictos externos tan obvios, pero sí se enfrenta a algo muy urgente, un asunto de vida o muerte ¿Voy a seguir viviendo aburrida para los demás o voy a empezar a vivir para mí misma? La sexualidad, en este caso, es la energía que le permite despertar, no sólo sus sentidos, sino que le permite cambiar su perspectiva de vida. El placer, el goce, la sonrisa, el reencuentro con el cuerpo es también la conquista de la identidad, de la libertad, de la autodeterminación. 

¿Puedes relacionarla en algún punto con tu película previa “Yo, imposible”?

El cuerpo es el territorio que conecta a ambas películas. El cuerpo es un escenario que me apasiona, creo que en nuestros cuerpos habitan los misterios, las contradicciones y los conflictos más profundos ¿Por qué? Porque nuestra naturaleza es tan compleja que trasciende todos los formatos de la sociedad, todas la normas o presupuestos y hasta convenciones sociales que se han construido lejos del cuerpo, sus realidades, necesidades y contrastes.  

La película acaba de estrenarse en Sundance. ¿Cómo ha sido la recepción?

Sinceramente, estoy sorprendida de las buenas críticas que hemos recibido, quizás porque nunca había tenido esta experiencia. Sundance es un festival que te conecta con otros mercados, con otras miradas y eso es realmente interesante. Ver cómo un público que tiene otra cultura se conecta con los personajes es increíble. Yo me siento en pleno proceso de aprendizaje porque se está dibujando una ruta de distribución que nunca había experimentado. Es un camino muy satisfactorio y emocionante que me hace reflexionar sobre el cine que quiero hacer, en un escenario tan diverso y complejo.

El cuerpo es un escenario que me apasiona, creo que en nuestros cuerpos habitan los misterios, las contradicciones y los conflictos más profundos.

Hablemos sobre la producción, ya que esta es una película que concebiste en Venezuela, pero que luego tuvo posibilidad de producirse en otros países hasta finalmente ser español. ¿Cómo fue todo ese proceso y cómo fue mutando la película para adecuarse también a un nuevo escenario?

“Mamacruz” es como yo, una película inmigrante. Empezó en Maracaibo en medio de una dura precariedad laboral y económica. En medio de apagones eléctricos, idas y venidas al hospital. En la etapa inicial de desarrollo me acompañaron Patricia Ramírez y Blanca Rey en calidad de productoras ejecutivas. Con ellas pude armar el proyecto, el presupuesto inicial y con ellas también realicé ese recorrido por laboratorios y mercados, donde nos dimos cuenta de que el camino de la coproducción manteniendo la filmación en Venezuela era muy difícil. No teníamos un fondo nacional que pudiera cubrir por lo menos el 50% del financiamiento, tampoco podíamos contar con Ibermedia. Además, teníamos un proyecto de dramedia con un tono muy particular, que hacía difícil su posicionamiento entre productores. Nos convencimos de que el problema con el proyecto no era su calidad, sino su estatus geopolítico. La nacionalidad venezolana no nos estaba ayudando, más bien estaba ejerciendo la función de repelente de coproductores. Entonces hice una re-escritura donde el mundo estuviese abierto a cualquier contexto, enfocándome en los conflictos internos de mi personaje. 

¿De qué manera se financió finalmente?

Nos abrimos a buscar un productor mayoritario, dejando a Venezuela como minoritaria y también abriéndonos a filmar en cualquier país. Esta compleja decisión nos abrió un mundo e inmediatamente cambió el panorama. En 2019, en el MIA Market, conocí a Olmo Figueredo en una de esas reuniones one to one que duran 15 minutos. Le hice mi pitch, le expliqué nuestro diseño de producción y a él le emocionó el proyecto. En un principio no tuve muchas esperanzas, en muchos encuentros hay mucha gente motivada, pero no siempre se consolida una alianza. En este caso todo fluyó mágicamente. Lo más duro fue tener que despedirme de mis productoras Patricia y Blanca, que, en consenso, decidieron abrirle paso a la producción española para también abrirle paso a la película. Recuerdo que Blanca me preguntó: ¿Tú quieres hacer una película venezolana o quieres hacer una película? Obvio, quiero hacer mi película. Entonces nos tenemos que ir, y así tuvimos que despedirnos. Durante el Covid conocí online a José Ortuño, mi co-guionista, a quien Olmo seleccionó sabiamente, él fue el encargado de adaptar los diálogos y el mundo a Sevilla.

¿Cómo ha sido tu experiencia trabajando como directora extranjera, latinoamericana, en España?

Yo llegué a Sevilla como un paracaídas, no conocía la ciudad, no conocía a nadie de la productora ni del equipo. Empecé totalmente de cero a la preproducción de mi película, pero rápidamente conocí a las personas que iban a trabajar conmigo, a la productora que en ese momento estaba liderando el proyecto y también me sumergí en una ciudad que tenía que sentir y entender para poder dirigir la película. Quizás el haber vivido dos años en Buenos Aires antes de llegar a Sevilla me preparó para esta experiencia. Mi proceso como inmigrante se dio en Buenos Aires; allí viví ese duro proceso de luchar por un trabajo, una residencia, un lugar para vivir. El exilio ha sido el proceso más desafiante y doloroso que he experimentado en mi vida. En Buenos Aires no tenía a nadie que me respaldara, tampoco pude encontrar trabajo como realizadora; trabajé y sobreviví como pude. Por eso, cuando llegué a Sevilla con esa experiencia acumulada, a preproducir mi película con el apoyo de una casa productora, que además me ayudó a tener mi residencia de trabajo, con casa y una paga garantizada, sinceramente, lo demás fue muy fácil. Sólo tuve que abrir mi corazón, empatizar, ser flexible sin perder mis objetivos y sobre todo, sólo tuve que concentrarme en una cosa: hacer la película que tenía el privilegio de hacer con ese equipo que había llegado a mi vida o yo a la de ellos, no sé sinceramente cuál es el orden. 

¿Qué tan relacionada sigues con el cine venezolano? 

Ya yo no sé qué es el cine venezolano y esta sensación no tiene nada que ver con el estar fuera de Venezuela, esa sensación empezó antes de que me fuera. ¿Por qué? Porque en medio de aquel panorama de migración masiva que sigue vigente, de crisis nacional, de la dificultad de obtener fondos, la coproducción se convirtió en algo obligatorio para poder producir las películas. Entonces, ¿qué hicieron los realizadores? Pues valerse de sus otras nacionalidades, en caso de que las tuvieran, o de los beneficios que les otorgaba el ser residentes en otros países. Empezaron las alianzas con otras fronteras, entonces, ya las películas empezaban a dejar de ser venezolanas porque tenían financiamiento y participación de varios países. Hay películas filmadas en Venezuela financiadas totalmente por otros países: ¿son venezolanas esas películas? Esto genera un debate bastante duro y complejo. Hay quienes se aferran a esa visión del cine venezolano, con discusiones nostálgicas y apasionadas con las que yo ya no me identifico, porque creo que somos un cine migrante en este momento. Yo estoy conectada con el cine hecho por venezolanos en Venezuela y el mundo, mantengo alianzas y comunicación con mis colegas, tejiendo redes para proyectos a futuro y mi sueño es poder filmar de nuevo en mi país, pero ¿será cine venezolano? No lo sé. Te puedo afirmar que en este momento el cine que hacemos es multicultural y multinacional, es una realidad de supervivencia. De lo que si me desconecté hace mucho tiempo, incluso antes de migrar, es de la estructura formal de producción interna de Venezuela, porque simplemente no me funcionaba, porque se me quedaba corta y necesitaba expandir las posibilidades.