Porno, viaje y vampiras: Albertina Carri rueda “¡Caigan las rosas blancas!”
La directora y guionista argentina Albertina Carri está en pleno proceso de rodaje de “¡Caigan las rosas blancas!”, un road-movie nacido a partir de “Las hijas del fuego”, pero que no es exactamente una secuela.
La historia sigue a Violeta, una joven directora de cine que hizo una película porno, lésbica y gozosa junto a un grupo de amigas y ahora es contratada para hacer una película porno mainstream. Sin embargo, sus ideas sobre los sistemas de géneros -cinematográficos y sexuados- no le permiten llevar adelante la filmación y escapa del set robando la cámara. Desde Buenos Aires parte con sus amigas actrices hacia São Paulo, encontrando a su paso nuevas formas del relato junto a sus compañeras de viaje. Nada la satisface hasta lanzarse a nado al océano Atlántico y encontrar una isla donde la reciben una comunidad de vampiras lesbianas, organizadas en un territorio delicioso y extravagante. El cine pasa a ser una intención de otro tiempo, y la vida, el único hallazgo.
Escrita por Carri, Agustín Godoy y Carolina Alamino, “¡Caigan las rosas blancas!” es una producción de las argentinas Gentil Cine y El Borde, y la brasileña Punta Colorada, en asociación con la distribuidora Vitrine Filmes y la española Doxa Producciones. Tras completarse el rodaje argentino en Buenos Aires y Misiones, la directora edita lo filmado y corrige el guión de la siguiente parte a rodarse en Brasil. En este punto de inflexión, Carri dialogó con LatAm cinema sobre su última película, en la que profundiza su búsqueda de una propuesta que escape a lo hegemónico.
Leyendo el argumento, “¡Caigan las rosas blancas!” se puede entender como una suerte de continuación de “Las hijas del fuego”. ¿Qué tan relacionadas están ambas películas?
“¡Caigan las rosas blancas!” surge a partir de haber realizado y estrenado “Las hijas del fuego”. Es decir, toda la responsabilidad de la existencia de esta nueva película la tiene la anterior. Lo que no significa que sea una segunda parte, porque como dice mi hijo: las segundas partes de una saga siempre fallan. No es una segunda parte, sino lo que decantó de una primera película. Cuando hice “Los rubios”, allá por 2003, una cosa que descubrí fue que hacer esa película era más que eso, porque era, en definitiva, un modo de estar en el mundo. Una manera de mirar y de habitar el presente y el pasado, y por lo tanto de soltar un pensamiento hacia el futuro. Hay obras que son más que un relato en una pantalla o sobre el papel, se convierten en maneras, en espías de lo cotidiano que se van colando en las próximas obras y que a veces son tan osadas que te piden una más. A esos pedidos hay que entregarse y eso es lo que estamos haciendo al repetir el casting, la road movie, el viaje como posibilidad de reflexión y el cine como un modo de vivir la vida.
Desde el aspecto narrativo, ¿cuál es la exploración que buscas con esta película?
Busco algo que no debería nombrar porque tal vez no lo encuentre, pero me la voy a jugar y te lo voy a decir: estamos haciendo una película mutante. En el sentido del cine clase B y en un sentido más existencialista sobre una representación volviéndose lo real. Todos temas que a mí me rondan desde siempre pero que ahora encuentran un cuerpo colectivo y una fibra dramática muy peculiar.
¿Qué temas te interesa abordar puntualmente y que tal vez no tocaste en tu película previa? ¿Cuál es la reflexión que te interesa provocar?
Esto es difícil de contestar en medio del río, ahora mismo no tengo más remedio que seguir adelante y eso es extraño porque me hace dudar de todo. Pero me interesa abordar la aventura, el movimiento, el estallido que provoca un cambio lumínico o la exuberancia de un tallo enroscado. Es un ir al detalle de lo sensible, en paralelo a lanzarse sobre el relato. Alguna vez escribí: "que el relato abra sus fauces". Sé que suena pretencioso, pero juro que estoy en esa (sonrisa). Tal vez me devore definitivamente. ¡Ojalá!
Hay relatos que necesitan modos más industriales, formas más jerárquicas, y otros que, si los encuadrás en esas maneras, los destrozas. La “democratización“ (entre mil comillas) de la tecnología hace posible que los formatos de producción de una película sean muchos, pero cada uno de esos formatos repercuten directa y profundamente sobre la historia a contar.
¿Hay un interés particular en construir un cine que escape a lo hegemónico, pensándolo tanto en términos creativos como de producción?
Sí. Pero también hay que decir que hay formas del cine que no se cambian de un momento a otro, sino que hay que ir de a poco construyendo espacios y formando técnicxs que acompañen los procesos de producción. No creo que haya una sola manera de hacer cine, así como no hay una única manera de parir. No es mejor o peor parir en tu casa rodeada de quien vos elijas. Esto lo cuento porque hice una serie documental sobre las formas de parir y lo relaciono, porque nunca faltan los discursos fascistas de la progresía que vienen a decirte que ahora hay que hacer cine destruyendo todo esquema industrial. Personalmente parí a mi hijo en mi casa, porque mi cuerpo y mi subjetividad se sienten protegidas lejos de cualquier institucionalidad. Pero eso es un asunto mío, no a todas les pasa lo mismo. Hay mujeres que encuentran protección yendo a ver a su médica todos los días.
Del mismo modo, hay relatos que necesitan modos más industriales, formas más jerárquicas, y otros que, si los encuadrás en esas maneras, los destrozas. La “democratización“ (entre mil comillas) de la tecnología hace posible que los formatos de producción de una película sean muchos, pero cada uno de esos formatos repercuten directa y profundamente sobre la historia a contar. Por eso hay que ser muy pícara a la hora de tomar una decisión sobre qué producción elegir, más allá de las condiciones existentes.
Mirando en retrospectiva, ¿cómo analizas la evolución de tu cine?
Cuando estrené “Las hijas del fuego” alguien escribió en un diario: Albertina Carri no existe, es un comando guerrillero de muchas personas que nos hacen creer que es una. No puedo pensar mis películas en términos evolutivos, sino más bien como consecuencia de una incomodidad que sentí durante muchos años. Cada una intentó dar cuenta de ese dolor en el tono que el dolor pedía. Y esto no lo hice porque mi existencia tenga un valor especial o porque mi dolor signifique algo digno de ser contado, sino porque, probablemente, por haber sido criada por los textos de mi padre y por una hermana socióloga, que nunca dejó que se me pase una, siempre comprendí que esa incomodidad era un síntoma de una deficiencia social. Pinta tu aldea y pintarás el mundo, decía Dostoievski. Aunque a veces esa frase se me vuelve polémica, porque no creo que siempre haya que contar la aldea, también es necesario salir a contar otras aldeas. En ese sentido, me interesa más la frase de Godard sobre las imágenes invisibles. En eso pienso antes de enfrentarme a hacer una película: ¿cuáles son las imágenes que no están y en favor de quién es que no aparecen?
¿Sentís que estás en un punto donde podés permitirte una libertad total para crear?
Sí y no. La libertad puede ser una gran trampa. A veces me invitan a conversatorios y me dicen que hable de lo que quiera. Eso me deja muda. No es tan fácil saber lo que una quiere o, peor aún, a veces solo quiero silencio y que nadie esté esperando una respuesta de mí. Pero hay algo que es muy lindo de este momento y es que me siento libre de mí.