• LatAm premiere: Paula Hernández, directora de “El viento que arrasa”

    Paula Hernández.

  • LatAm premiere: Paula Hernández, directora de “El viento que arrasa”

    Leni (Almudena González) y el reverendo Pearson (Alfredo Castro).

  • LatAm premiere: Paula Hernández, directora de “El viento que arrasa”

    El reverendo Pearson (Alfredo Castro) y su hija Leni (Almudena González).

LatAm premiere: Paula Hernández, directora de “El viento que arrasa”

El paso del tiempo te hace más libre, afirma la directora argentina Paula Hernández cuando mira en retrospectiva su trayectoria de más de dos décadas. Tras “Los sonámbulos” (2019) y “Las siamesas” (2020), la cineasta estrenó en Toronto su nueva película, “El viento que arrasa”, que ahora abrirá la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián. Basada en la novela homónima de Selva Almada, el film supone para Hernández la oportunidad de profundizar en un tema que ha marcado sus últimos filmes, los universos familiares, con la madurez y la libertad que le ha dado el paso del tiempo. 

“El viento que arrasa” es una coproducción argentino-uruguaya entre Rizoma, Cimarrón y Cinevinay con guión de Hernández junto a Leonel D'Agostino. La película cuenta la historia del reverendo Pearson (Alfredo Castro), que viaja junto a su hija Leni (Almudena González) en misión evangélica. Un accidente con el auto los obliga a detenerse en el taller del Gringo (Sergi López). Cuando el reverendo se obsesiona con salvar el alma de Tapioca (Joaquín Acebo), el hijo del mecánico, Leni entiende que es momento de asumir su destino. 

Esta película es un proyecto que te propuso el productor Hernán Musaluppi ¿qué te llevó a aceptar su propuesta?

Musaluppi tenía los derechos y me dijo que, habiendo visto “Los sonámbulos” y “Las siamesas”, había pensado en mí. Es muy tentador que alguien te llame y te diga que vio tu trabajo y que tiene un proyecto ligado con lo que te interesa. Cuando leí la novela, entendí por qué pensaron en mí. Tenía que ver con unos universos familiares bastante encerrados. Estaba este universo familiar que me atraía y me permitía seguir indagando en cómo funcionan esos vínculos encerrados, endogámicos y con educaciones tan pesadas. Me gustaba poder contar esto desde otro punto de vista, porque ya no estaban las madres, y en las películas que yo había trabajado estaban más los universos femeninos. También me gustaba el desafío de que fuera algo alejado de mí: por un lado, el mundo religioso, que no tiene nada que ver con mi formación ni mis creencias, y, por el otro, un mundo más rural en el que las relaciones se construyen de otra forma.

¿Cómo fue la fusión del universo que te es propio con los elementos de la novela?

Primero la leí muchas veces para pensar desde dónde adaptarla, ya que tiene muchas posibilidades. La novela tiene algo cinematográfico medio tramposo. Tiene muy buenas escenas, buenos personajes, pero en términos de la construcción de un relato cinematográfico empiezan a aparecer agujeros por cómo está construida. Primero se definió desde dónde contarla, elegir el punto de vista, que fue el de Leni, la hija, que eso difiere de la novela, y después fue buscar algo que no tuviera que ver con un relato en varios tiempos. La novela tiene una fragmentación temporal que yo no quería construir en la película. Entonces se buscó cómo mostrar todo ese pasado que está contado en flashbacks de ida y vuelta en la novela; ver de qué manera eso se podía poner en una línea de tiempo presente. Y construir todo eso en ese viaje. La forma en la que yo he trabajado las adaptaciones es ir encontrando tu propio universo dentro de ese universo. Es como una traición a la novela, pero en un buen sentido.

“Fue una película difícil, tanto física como narrativamente, una película que corre riesgos; para mí, fue ir a un lugar nuevo”.

Comentabas que lo religioso está muy alejado de ti, ¿cómo encaraste el desafío de mostrar esa parte en la historia pensando también en el peso que la religión evangélica ha ganado en estos últimos años?

En principio intenté no juzgarlo. Realmente tuve que hacer un trabajo de investigación, leer sobre cómo había crecido el evangelismo, por qué en ciertos lugares, por qué en Latinoamérica ganaron tanta fuerza a partir de los ‘90, qué lugares ocupaba el Estado que luego dejó de ocupar y esos lugares fueron tomados por la religión…mucho material de lectura desde sociólogos a antropólogos. Primero estuvo este trabajo para entender ese universo, al mismo tiempo que escribía con Leonel D’Agostino, que sí tiene una formación católica. Definimos qué pastor queríamos mostrar, porque era peligroso caer en el cliché. Y a mí me parecía interesante estar en el lugar de la creencia, construir alguien que cree de forma ciega y eso puede arrasar con todo, incluso con su propia hija. 

En el elenco hay actores de larga trayectoria como Alfredo Castro y Sergi López, que junto a los jóvenes conforman un elenco muy sólido. ¿Cómo fue el trabajo con esta diversidad de intérpretes de distintos países, diferentes acentos y experiencias?

Los cuatro fueron actores que se metieron de lleno en la película. Durante un año hicimos trabajo a distancia, con encuentros por zoom y lecturas. Pensamos algunas cuestiones que tenían que ver con el idioma. La película está situada en una zona cercana a una frontera. Para mí, la idea de frontera no es un lugar de límite, sino de mezcla. Entonces, si bien teníamos cuatro actores con acentos muy distintos, tomamos la decisión de anclarlo en un lugar de la mesopotamia para tener una sonoridad, un color; no queríamos hacerles borronear sus acentos, pero sí que esos acentos se desdibujaran. La película no tiene una precisión de lugar. Por otro lado, Almudena y Joaquín salieron de un proceso muy largo de casting. No tenían mucha experiencia, así que hubo un trabajo de entrenamiento con María Laura Berch. Después hicimos un encuentro con todos, meses antes de filmar, en Uruguay, donde nos vimos, leímos, pasamos escenas. Fueron todos muy generosos, no siempre eran situaciones fáciles por las que tenían que pasar, tanto con el cuerpo como con la palabra. Creo también que los actores con más experiencia potenciaron a los otros. La dirección de actores es uno de los trabajos que más disfruto.

Desde tu primera película “Herencia” han pasado ya veinte años. ¿Cómo te ves hoy como directora, como creadora, con todo lo que has transitado?

Yo siento que hay algo en el paso del tiempo que te da más libertad. Es como si la maduración o el tiempo -no lo digo como cineasta solamente sino como persona- te da más libertad en el hacer y en una misma. Por supuesto que cada película que hice pertenece a un momento. Sería absurdo sacarlas del contexto. Cuando pienso en mi primera película, “Herencia”, es como si la hubiera hecho otro yo. Yo no era la misma a los 30 que la que soy a los 53. Pero me parece que mis últimas películas están entrando en un universo bastante personal, en relación a lo que me gusta o me interesa narrar. 

Con toda esa experiencia a tus espaldas, ¿qué expectativas tienes con esta nueva película?

Quiero que la película movilice, que abra puertas, que genere nuevas preguntas. Para mí, es muy interesante cuando la película se pone en contacto con los otros y las otras, porque empieza a armarse un significado que va más allá de lo que uno pensó. La película empieza a tener vida propia, y eso también te da respuestas a vos de cosas que hiciste. Es una película de la que estoy muy orgullosa. Fue una película difícil, tanto física como narrativamente, una película que corre riesgos; para mí, fue ir a un lugar nuevo.